jueves, 12 de julio de 2007


Cada mes de mayo, una celebración recorre el mundo andino con similar ímpetu, la Fiesta de las Cruces.
En la provincia de Chupaca cobra singular importancia por ser el escenario donde, a partir de la tradición andina, se evoca al universo amazónico, a través de una danza conocida como Shapish, con la cual se rinde tributo al elemento más representativo de la religiosidad popular: la Cruz.

Doce barrios forman la ciudad de Chupaca, capital de la provincia del mismo en nombre en Junín, y en cada uno de ellos una capilla cobija exclusivamente a la cruz de mayo. Doce cruces de rústica madera y finamente decoradas por artistas populares anónimos con los símbolos indígenas y católicos que hoy armonizan en una misma devoción. En cada capilla el 2 de mayo por la noche se vela a la cruz y se le ofrecen castillos de fuegos artificiales, música, rezos y misas en la víspera de la fiesta de las cruces.
Los chupaquinos se precian de tener una de las danzas más hermosas y coloridas del Valle del Mantaro, los Shapish de Chupaca, que se danza hoy en homenaje a las cruces y que el Instituto Nacional de Cultura ha reconocido como Patrimonio Cultural de la Nación en agosto del 2006.

Shapish, la leyenda
Cuenta la historia oral que, en tiempos de la expansión inca hacia el Valle del Mantaro, parte de los ejércitos de los wanka-chupacos, etnia de la zona, liderados por su jefe Anco-Huaillo, se refugiaron la selva central al no poder resistir la invasión cusqueña. Se dice que, tiempo después, ya anexado el valle al imperio, los chupaquinos regresaron y crearon una danza que refleja la vivencia en la selva y recrea los enfrentamientos bélicos por los que pasaron durante esa incursión. Cierta o no, los chupaquinos de hoy se apegan a esta versión que los refleja como guerreros aguerridos, rebeldes a la invasión, así como a la danza que los representa, el Shapish.
Aquilino Castro Vásquez, historiador local, sostiene que esta versión no tiene bases históricas que la respalden y cree que el origen de esta danza es una creación de los chupaquinos por imitación de los mitimaes Cañaris, Chachapoyas y Yaguas, grupos que los incas trasladaron al Valle del Mantaro. Conjuga con esta versión el hecho de que es frecuente encontrar en los pueblos andinos vecinos a las zonas de selva diversas danzas que recrean al poblador amazónico.

La danza
Cada barrio presenta una o dos pandillas de Shapish, cada una compuesta por seis danzantes llamados caporales. Dirige la pandilla el mayordomo, principal oferente de la fiesta, que pasa ese año el cargo en homenaje a la cruz. Rodean la pandilla los negros, guardaespaldas de los Shapish, que con características similares a las del chuto, se ocupan de abrir paso y poner las notas de humor dentro de la fiesta.
Cada pandilla tiene su propia orquesta wanka típica, la que a lo largo de los días interpretará incansablemente la música del Shapish. Se trata de una hermosa y compleja melodía de aproxi­madamente doce minutos de duración con partes rigurosamente definidas, al igual que la coreografía que se desarrolla en tres partes: la escaramuza, momento en que se recrea un enfrentamien­to entre dos columnas de guerreros, se desenvuelven los danzantes con pasos firmes, acentuando el ritmo marcial y haciendo restallar las flechas. El cambio a la siguiente fase de la danza se produce cuando uno de los Negros irrumpe en el grupo robándose las flechas. Empieza entonces la Qachwa, zapateo similar al del huayno, donde los danzantes retoman la identidad propia de la zona, para luego dar paso a un zapateo febril llamado Chimaycha, con el cual termina la danza. Se desata entonces el Sacudimiento de polvo, suerte de breves enfrentamientos entre los Negros, en los que se golpean duramente con látigos de cuero.

El Shapish lleva el rostro cubierto por una máscara labrada en madera de maguey pintada de rojo intenso y adornada con bigotes y cejas dorados. Sobre la frente una mascaypacha también llamada shupash huayta, roja y bordada, coronada con un largo penacho de plumas de pavo real. Sobre el cuerpo lleva una cushma, túnica multicolor llamada así porque evoca el traje típico de los pobladores de la selva, que cubre al danzante hasta la mitad de la pantorrilla. Decorada por elaborados bordados en alto relieve, bajo la cushma se puede ver las blondas del final del calzoncillo. Cuelgan sobre el traje diversos amuletos, al gusto de cada bailante y bandas de semillas y plumas de aves selvá­ticas. En la mano derecha lleva el Shapish un elemento de la selva, generalmente un pequeño animal tallado en madera. En la mano izquierda lleva flechas y lanzas selváticas. Sobre la espalda una canasta donde ha recogido frutas y carga a los hijos que trae como producto de su mestizaje con la mujer selvática.
Todo este conjunto hace del Shapish un personaje llamativo, miste­rioso y cautivador, pleno de elementos alegóricos y vistosos.
El Negro viste con pantalón de montar, botas altas atadas con pasadores y saco. Lleva sobre el rostro una máscara de badana negra y sobre la cabeza sombrero de paja. Su rol de guardianes se expresa cabalmente en el manejo de largos fuetes de cuero trenzado.

Ritos y danza

El 3 de mayo por la mañana la iglesia matriz de Chupaca acoge a las cruces venidas desde las capillas y a decenas de cruces caseras traídas por los devotos, todas luciendo nuevos mantos bordados. Es la misa para la bendición a las cruces. Luego de la misa salen en procesión las cruces cargadas por los Negros y acompañadas por las pandillas de Shapish y la multitud de fieles. Al término de la procesión las pandillas continúan su recorrido, bailando por las calles y recibiendo los convites, opíparos agasajos con los que los amigos y parientes contribuyen con el mayordomo y los caporales, renovando el antiguo principio del ayni, compromiso de solidaridad que rige al ayllu andino. El 4 de mayo se desarrolla el concurso de Shapish, para el cual las pandillas se preparan esmeradamente.
Los convites se suceden a lo largo de los días y en uno de ellos se convocará a los caporales y mayordomos que tendrán la responsabilidad de la fiesta el próximo año. Sobre una mesa un Shapish dirige un discurso, sátira de los caporales que no han cumplido con las expectativas del barrio. Se entrega entonces a los nuevos Shapish la masca­ypacha como símbolo de su compromiso. La continuidad del ciclo queda garantiza­da: los chupaquinos seguirán venerando a sus cruces y contándonos su historia a través de la danza.